Edgar Allan Poe publicó por primera vez “El corazón delator” en 1843, en el periódico literario The Pioneer. Increíblemente, por esta obra maestra del terror recibió tan solo diez dólares como paga.

En este cuento del genio de la narrativa gótica, un relator anónimo cuenta que vive obsesionado por el ojo enfermo, al que llama “ojo de buitre”, de un viejo con el que convive.

Esta obsesión lo lleva a planificar, día tras día, el asesinato del anciano. Una vez que lo lleva a cabo, despedaza el cadáver y lo esconde bajo las maderas del piso. Sin embargo, alertada por un vecino que cree haber escuchado un grito, se hace presente la policía. El asesino los recibe y los deja revisar la casa, alegando que el viejo se halla de viaje y que el grito fue proferido por él mismo, causado por una pesadilla. Sin embargo, termina delatándose porque comienza a sentir un ruido que va creciendo y que él cree que es el corazón de su víctima que se ha puesto a latir bajo las tablas del suelo, para inculparlo.

La ansiedad que ese ojo nublado y azulado causa en el protagonista lo lleva a cometer el asesinato. Luego, la alucinación y la culpa lo llevan a pedir a gritos a la policía que levanten las tablas, confesando así el crimen cometido.

En resumen, la ansiedad que ese ojo nublado y azulado causa en el protagonista lo lleva a cometer el asesinato. Luego, la alucinación y la culpa lo llevan a pedir a gritos a la policía que levanten las tablas, confesando así el crimen cometido.

El corazón delator

He leído en muchas ocasiones este relato y, en cada una de ellas, me llama la atención que el narrador trata, una y otra vez, de dejar en claro que es una persona normal. Es decir, el motor de la historia es la insistencia del personaje, no en su inocencia, sino en su cordura; en brindar una explicación racional a lo irracional, moviéndose en el terreno resbaladizo entre la cordura y la demencia.

Fundado en la convicción de que padece de una sensibilidad extrema, decide cometer un acto atroz para luego ser consumido por la paranoia y la culpa que lo conducen a un final inesperado.

La atmósfera tensa y opresiva del cuento nos hace experimentar el nerviosismo y la tensión del protagonista, y nos lleva a pensar sobre la fragilidad de la mente humana, las consecuencias devastadoras de una obsesión y de cómo la cabeza puede traicionarnos, incluso cuando creemos tener todo bajo control.

El murmullo delator

La semana pasada, casi todos presenciamos la entrevista que el periodista Esteban Trebucq le realizó a Javier Milei en el canal de cable A24.

Para aquellos que no la vieron, en la misma, el candidato presidencial interrumpió una de sus respuestas, visiblemente enojado debido a los ruidos que se escuchaban en el estudio.

Durante el tenso momento, Milei se quejó de que “… hablan demasiado y es muy difícil seguir estos temas tan complejos con murmullos en el oído…” e intentó justificar su furia diciendo que “… convengamos que estamos con un nivel de bullicio no convencional… Y si yo le erro, a mí me destrozan públicamente y nadie va a decir que atrás había un murmullo que me estaba matando…”

La reacción del economista generó controversia y desconcierto. Trebucq, con posterioridad, salió a aclarar que era cierto que había murmullos por encima de la lógica televisa, y que los ruidos fueron causados por un conflicto gremial entre el Grupo América y el sindicato que nuclea a los trabajadores de televisión y servicios audiovisuales.

Como espectadora de la nota, no pude menos de recordar la definición que dio alguna vez Tzvetan Todorov sobre lo fantástico, al decir que es “…la vacilación experimentada por un ser que no conoce más que las leyes naturales frente a un acontecimiento sobrenatural…”, es decir, la incertidumbre que experimenta tanto el protagonista como el lector ante los hechos relatados.

Milei, claramente sintió incertidumbre ante un hecho que no le es amigable —una medida gremial—, y su postura de enojo contagió a todos los espectadores de esa misma incertidumbre.

El corazón delator

En el cuento que nos ocupa, no es el ojo el problema sino la sensación que genera en el personaje. Esa mirada nublada lo hace sentir acosado y así se le despiertan todas sus inseguridades. No hay nada ni nadie que lo amenace realmente; es su propia mente la que lo acosa, y entonces, el hombre es incapaz de salvarse ya que debe enfrentarse a sí mismo.

Paralelamente, Milei se sintió acosado y tuvo que enfrentarse —en vivo— a la sensación que le generó el bullicio causado por el paro sorpresivo. Es verdad que había ruido —no pienso avalar la teoría estúpida de que el político escucha voces o padece alguna enfermedad mental—; sin embargo, el ruido no justifica su reacción desmedida.

El candidato, que se caracteriza por tener una mirada sobre sí mismo en la que exagera las cualidades propias y rara vez se hace cargo de sus errores, suele responsabilizar a los otros a quienes tilda de incompetentes.

En el cuento de Poe, el latido del corazón se intensifica hasta volverse insoportable y se convierte en el delator del crimen; en la entrevista que nos convoca, el murmullo se torna insufrible y se convierte en el delator de las falencias del entrevistado.

Esto pudo verse claramente cuando realizó su descargo, luego de la entrevista en cuestión: “…el ruido que había era bochornoso… lo tomaron como un acto violento, fui súper educado…”, siempre apuntando contra quienes lo critican.

En el cuento de Poe, el latido del corazón se intensifica hasta volverse insoportable y se convierte en el delator del crimen; en la entrevista que nos convoca, el murmullo se torna insufrible y se convierte en el delator de las falencias del entrevistado.

En el cuento, el protagonista se siente desnudo ante la mirada del viejo; en el momento político de nuestro país, parece que Milei no puede evitar estallar al sentirse juzgado y demostrar así su inseguridad.

Ya supo decirlo Jean Paul Sartre en aquella frase que supo inmortalizar, “el infierno son los otros”, refiriéndose a la mirada ajena que puede ser un peso enorme capaz de desestabilizarnos.

Quizás, tanto el personaje de Poe como Javier Milei deberían asumir que jamás podremos controlar cómo nos ven los demás. En “El corazón delator”, se arruinaría la magia del cuento. Al candidato, seguramente le vendría bien.