A casi una semana del triunfo del millonario Daniel Noboa con el 51,83% de los votos, no hay una señal clara de que lo suyo sea el cambio de rumbo. Al contrario, pocos días pero suficientes, para dejar claro que se dejará aconsejar por los promotores del neoliberalismo premoderno como Alberto Dahik, ministro y asesor de varios gobiernos durante los inestables 80s y 90s. 

De su posible gabinete, ninguno de los futuros ministros tiene una experiencia significativa en el sector público. Una limitación, que como Lasso, intentará suturarla mediante una consulta popular que dirima sobre las tragedias nacionales de seguridad, función judicial y economía. Es decir, Noboa en su corto período de 18 meses de gobierno, dedicará al menos tres a la Consulta, entre obtener la aprobación de la Corte Constitucional -en el mejor de los escenarios para él- y la convocatoria a las urnas. Una jugada poco económica, no solo en lo puramente político sino en lo monetario, pues nuevamente 60 millones de dólares tendrán que desembolsarse.

En las últimas elecciones, el exacerbado patrón de candidatos de partidos de alquiler confirma esta evanescencia de la cultura política del Ecuador. Un territorio que desconoce de conformación de grandes y duraderas coaliciones de partido.

La política ecuatoriana históricamente ha sido así, una cuestión de liderazgos líquidos, de partidos débiles o casi inexistentes y desgaste precoz. Representantes más de los sectores económicos auspiciantes que de las causas populares. Los frágiles gobiernos ecuatorianos han tenido que sostenerse accesoriamente a través de plebiscitos o alianzas coyunturales de naturaleza prebendaria.

Con el traje de "outsider", hijo de un multimillonario bananero, Noboa agarrará el timón que le quedó grande a Guillermo Lasso, también otro "outsider". Y así sucesivamente.
Con el traje de "outsider", hijo de un multimillonario bananero, Noboa agarrará el timón que le quedó grande a Guillermo Lasso, también otro "outsider". Y así sucesivamente.

La política en Ecuador se ha terminado por construir desde los pactos profundos, invisibles, casi feudales, pero que han garantizado la continuidad del modelo de acumulación. Esto puede explicar por qué a estos liderazgos líquidos no les ha resultado necesario fortalecer una estructura partidaria y territorial. Por eso, que Daniel Noboa gane con un partido distinto al de Guillermo Lasso, se autodenomine de centro y sea joven es irrelevante para confirmar que sea “lo nuevo” y “el cambio”.

La vigencia del clivaje

En las últimas elecciones, el exacerbado patrón de candidatos de partidos de alquiler confirma esta evanescencia de la cultura política del Ecuador. Un territorio que desconoce de conformación de grandes y duraderas coaliciones de partido.

Por eso, la supervivencia de la Revolución Ciudadana, después de 10 años de gobierno y demonización sistemática, es una excepción que genera espanto. Rafael Correa,  es aún el actor principal, omnipresente, que define la piel de la política nacional. 

La vigencia del clivaje correísmo y anticorreísmo se ve insuperable a corto plazo. Ya se le conmina a Noboa a reunirse con todos, menos con el estigmatizado “correísmo”. Un consejo que ya lo aplicó Guillermo Lasso y que por lo visto, no le sirvió de mucho.

Desde el gobierno de Lenin Moreno hasta hoy, el anticorreísmo tiene su ventaja en haber consolidado un bloque de poder desde las élites económicas, a modo “deep state”, que copa casi todos las instancias del Estado, y se amplifica con el dominio casi absoluto de los aparatos de reproducción ideológica como corporaciones mediáticas, instituciones académicas y culturales.

Desde el gobierno de Lenin Moreno hasta hoy, el anticorreísmo tiene su ventaja en haber consolidado un bloque de poder desde las élites económicas, a modo “deep state”, que copa casi todos las instancias del Estado, y se amplifica con el dominio casi absoluto de los aparatos de reproducción ideológica como corporaciones mediáticas, instituciones académicas y culturales.

En estas condiciones, la Revolución Ciudadana sólo aparece en tercera persona, en el relato de alguien, funcional a algo, pero casi nunca en primera persona. Por eso, es tan fácil quebrar sus candidaturas con banal espectacularidad.

En 2021, retomaron el viejo bulo de que las FARC financiaban la candidatura de Andrés Arauz; y en 2023, la trágica muerte de un opositor del correísmo se usó para debilitar a Luisa González. El bulo ideológico de cierto sector progresista, así como las ambigüedades del movimiento indígena han terminado por fortalecer al bloque de poder del modelo de acumulación y aumentar la soledad política de la RC.

Ecuador conserva su división entre correísmo y anticorreísmo.
Ecuador conserva su división entre correísmo y anticorreísmo.

Los gobiernos del bloque de poder tienen todo y nada. Amplios márgenes de maniobra, laxitud (i)legal, blindaje mediático diario y hasta la logística de la embajada, pero carecen de ideas, de planes, cuadros técnicos y sobre todo de un gran proyecto nacional.

Si bien la liquidación de un grupo político como objetivo puede alcanzar para ganar elecciones, no es suficiente para gobernar. Lenin Moreno hizo de la persecución política a la RC su eje de gobierno y Lasso lo propio con el desmantelamiento del Estado. Los resultados han sido retrocesos catastróficos a los que han justificado a partir de la polarizante narrativa de ningún precio es alto si lo que está en juego es la buena moral de la nación frente al “narcotizante demonio correísta”.

Los gobiernos del bloque de poder tienen todo y nada. Amplios márgenes de maniobra, laxitud (i)legal, blindaje mediático diario y hasta la logística de la embajada, pero carecen de ideas, de planes, cuadros técnicos y sobre todo de un gran proyecto nacional.

Al anticorreísta promedio le han logrado convencer de que si seguía la RC en el gobierno, Ecuador sería la siguiente “Venezuela o Cuba”. Y que por tanto, dentro de su marco aspiracional, permitir su triunfo sería nada menos que la claudicación misma de sus posibilidades de ascenso social en favor de una igualdad hacia abajo.

Está seguro de que impedir la llegada de la RC al poder y extirpar cualquier elemento que se perciba como “correísta” es necesario “para arrancar al problema de raíz”. Y he aquí el fundamento social, para que las alas más radicalizadas del bloque de poder hayan implementado, casi sin resistencia, su plan de persecución a la dirigencia de la RC y criminalización del correísmo. Han convertido la condición de “correísta” o “progresista” en un anatema.

Hay que reconocer la resiliencia de la Revolución Ciudadana, que a pesar de tener a su dirigencia histórica en el exilio, del arrebato de su partido original  “Alianza País -35” -hoy parte de la coalición con la que gana Noboa-, y de la criminalización judicial y mediática, ha logrado consolidarse como la única fuerza política progresista competitiva electoralmente. Se llevó cerca de 50 alcaldías en las seccionales de febrero y ganó 48 curules para la próxima Asamblea.

Luisa González fue la candidata de la fuerza política de Rafael Correa. Ganó en primera vuelta, pero no logró imponerse en el balotaje, donde el anticorreísmo terminó teniendo más peso.
Luisa González fue la candidata de la fuerza política de Rafael Correa. Ganó en primera vuelta, pero no logró imponerse en el balotaje, donde el anticorreísmo terminó teniendo más peso.

 Conformar el nuevo mapa político

Los resultados de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2021 y 2023 confirman una tendencia: al parecer la RC no solo tiene un piso electoral del 30%, sino también un techo en torno al 48%.

La RC triunfa sobre todo en la región Costa y pierde en la Sierra, mayormente, en las capitales urbanas. Un comportamiento para el que aún no hay una explicación concluyente, sólo hipótesis. Quizás lo más plausible sea sostener que la Costa ha sido la región más golpeada por la crisis de seguridad y por tanto, la que más ha percibido los efectos de “la transición” de un modelo de Estado a otro.

Al anticorreísta promedio le han logrado convencer de que si seguía la RC en el gobierno, Ecuador sería la siguiente “Venezuela o Cuba”. Y que por tanto, dentro de su marco aspiracional, permitir su triunfo sería nada menos que la claudicación misma de sus posibilidades de ascenso social en favor de una igualdad hacia abajo.

En el último año de gobierno de la RC, la tasa de homicidios cerró a 5,81 por cada 100 mil habitantes; en 2022  y tras cinco años de “descorreización”, sucedieron 25 homicidios por cada 100 mil habitantes, un incremento exponencial y que ha ubicado al Ecuador en el mapa de los países más inseguros del mundo.

Si algo ha quedado claro, es que frente a la bélica propaganda por aniquilar la reputación de la RC, la sola consigna de “lo hicimos mejor” resulta exigua. Ciertamente es desproporcionada la exigencia estratégico-política a la que está sometida la RC comparada con la que se impone a los candidatos del modelo de acumulación, a quienes se les pasa por alto hasta sus limitaciones discursivas.

No obstante, si la RC quiere ganar en 2025 necesitará forzosamente ampliar su músculo político construyendo alianzas con otros sectores populares, más allá de lo electoral; fortalecer e incrementar el número de vocerías y estudiar con detalle estadístico a su electorado, principalmente de la Sierra. Sin estas condiciones, la RC podría condenarse a repetir nuevamente los escenarios de 2021 y 2023.

Aunque para Daniel Noboa las condiciones de poder sean más solidarias y menos hostiles que para la RC, sus 14 asambleístas le son insuficientes. Obligatoriamente, tendrá que forjar una alianza que le permita cierta gobernabilidad. Aquello significará o distanciarse de la estrategia de Lasso de sostenerse en los sectores radicalizados del anticorreísmo, o reincidir en el error. Noboa tiene poco tiempo para decidirse.