No, no fue lo de la dolarización con los ahorros de los argentinos.

Tampoco fue el "no mientas, no fueron 30 mil", porque al fin y al cabo, es una discusión si se quiere "todavía numérica", pero no sobre el fondo de la cuestión. 

Quien afirma que en vez de 30 mil fueron ocho mil setecientos y no sé cuanto, quiera o no, consciente o inconscientemente, en definitiva está reconociendo y admitiendo que, sea un número u otro, ha sido el Estado el que perpetró una masacre sin antecedentes ni contemplaciones. Es decir: no niegan. Lo que hacen, o pretenden hacer, es minimizar. Como si 8 mil fueran pocos.

En serio. Pensémoslo trasladado a nuestro tiempo. Si hoy todavía le estamos reclamando a Patricia Bullrich por las muertes de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel, imaginémonos por un momento si fueran esos 8.700 que vociferan los que tachan la cifra de 30 mil.

¿Quieren decir que no fueron 30 mil? ¡Díganlo! Pero tengan en cuenta que estarán reconociendo una masacre perpetrada por el Estado, en contra de un grupo político, utilizando recursos públicos, y recurriendo a maniobras universalmente calificadas como crímenes de guerra; definición que necesariamente desemboca en aquello mundialmente conocido como "delitos de lesa humanidad". 

¿Quieren decir que no fueron 30 mil? ¡Díganlo! Pero tengan en cuenta que estarán reconociendo una masacre perpetrada por el Estado, en contra de un grupo político, utilizando recursos públicos, y recurriendo a maniobras universalmente calificadas como crímenes de guerra; definición que necesariamente desemboca en aquello mundialmente conocido como "delitos de lesa humanidad". 

Ya sé. No minimizo. Ni suscribo. Ni condiciono. Abrevé hasta abrazar el argumento de los “30 mil como incógnita”. Cada tanto lo repaso y lo reflexiono. Y entiendo que la defensa del 30 mil como tal, es también la interpelación perpetua para "los que nos faltan" como corporeidades, pero también "lo que nos falta" como identidades, como verdades, como explicaciones, como destinos finales.

El problema mayor

Entonces, aunque jodida, dolorosa, revulsiva e irritante, la remanida consigna de "no fueron 30 mil" que anoche esgrimió fanfarrona esa candidata no sería el problema real. O al menos no sería el problema mayor.

El problema vino cuando esa misma candidata respondió a la interpelación de Agustín Rossi, al recordarle que "la Argentina tenía un pacto democrático alrededor de todo lo que significan las políticas de los derechos humanos".

X de Adolfo Ruiz

El pacto democrático al que se refería Rossi no es otra cosa que el acuerdo común de todas las fuerzas políticas desde la recuperación de la democracia para desterrar para siempre la violencia como forma de hacer política, y condenar, también para siempre, el terrorismo de Estado. 

Nunca más es nunca más

Ese Nunca Más fue lo que se levantó como una muralla contenedora, y también como un horizonte a partir del cual construir. Fue acordar que podría haber diferencias, cruces, enfrentamientos, disputas, hasta denuncias... lo que fuera, pero siempre dentro de la escena democrática. Por fuera, nada.

Ese mismo pacto es el que avanzó con el Juicio a las Juntas, que permitió, tal como lo revivimos en la aclamada Argentina 1985, juzgar con mecanismos constitucionales a los responsables de la mayor tragedia de nuestra historia, los artífices del momento en que el Estado bajó a los subsuelos y se convirtió en bestia.

Ese Nunca Más fue el que también, con plenitud democrática, permitió derogar las leyes de la impunidad, arrancadas a punta de pistola por los propios militares cuando veían avanzar la justicia sobre sus abominables actos. También fue el que posibilitó barrer con los indultos.

Ese Nunca Más fue el que también, con plenitud democrática, permitió derogar las leyes de la impunidad, arrancadas a punta de pistola por los propios militares cuando veían avanzar la justicia sobre sus abominables actos. También fue el que posibilitó barrer con los indultos.

El tiempo y la democracia permitieron corregir ese impasse de impunidad, y a partir de 2007 retomar el camino de juicio y condena a los responsables. Con plenitud de garantías constitucionales, con defensores, particulares o puestos por el Estado, con presunción de inocencia, con absoluciones cuando no había pruebas, con vías recursivas, con agotamiento de recursos, que incluso en algunos casos resolvieron morigerar o hasta anular penas, porque los hechos no estaban debidamente demostrados.

Cientos de represores condenados, cumpliendo detrás de las rejas sus sentencias, con la posibilidad de recibir a sus familiares, de estudiar, de acceder a los beneficios de la progresividad que prevé la ley de ejecución penal en Argentina.

Mismos represores que intentaron valerse de una infame interpretación de la ley para reclamar para sí el beneficio del 2x1 que rigió durante unos pocos años en el sistema penitenciario argentino, con el único propósito de descomprimir el inhumano hacinamiento que padecían nuestras cárceles a mediados de los ´90.

De no haber sido por el pacto democrático, de no haber sido por el Nunca Más impregnado en los huesos de la sociedad argentina, de no haber sido por el millón de personas que salieron a las calles a recordar ese acuerdo fundamental de convivencia civilizada, esa Corte, también infame, se lo hubiera llevado puesto. 

Hasta de esa miserable argucia intentaron valerse, y lograron llegar a una Corte cooptada por ministros designados por decreto, para que les firmaran una insólita resolución. 

De no haber sido por el pacto democrático, de no haber sido por el Nunca Más impregnado en los huesos de la sociedad argentina, de no haber sido por el millón de personas que salieron a las calles a recordar ese acuerdo fundamental de convivencia civilizada, esa Corte, también infame, se lo hubiera llevado puesto. 

Pero el Nunca Más, como muro y también como horizonte, pudo poner las cosas en su lugar, simplemente porque está en el cimiento de nuestra democracia.

Era nunca más

Por eso ahora es tan grave que una de las fuerzas que tiene chances certeras de llegar al gobierno, tenga en sus filas a personas como aquel candidato y como esta candidata. 

El primero, incapaz de responder con claridad cuando le preguntan si efectivamente cree o no cree en la democracia. Todavía está vacilando. 

La segunda -inmediata en la línea de sucesión- plantea la posibilidad de que el país caiga en manos de alguien que abiertamente no reconoce el Nunca Más, que se posiciona por fuera del pacto democrático, y por tanto no suscribe aquello que señalábamos más arriba: desterrar para siempre la violencia como forma de hacer política, y condenar, también para siempre, el terrorismo de Estado. 

Nunca más era nunca más.

Y el que no suscriba ese pacto democrático, no merece ni merecerá nunca conducir el destino de nuestro país. 

Así lo entendimos durante 40 años. Pero lo cierto es que ahora el peligro está ahí… demasiado cerca.