“Ladran Sancho

Señal de que… hay perros”

Refrán Popular

Aburrido. Picante. Colorido. Lento. Opaco. Fuera de foco… Los adjetivos utilizados para definir tanto el primero como el segundo de los debates presidenciales fueron, básicamente, los que aplican los críticos del espectáculo para fustigar o elogiar una película, una pieza teatral y, sobre todo, un envío televisivo.

Que la política haya sido apropiada por la esencia misma del show, lejos de ser una buena noticia, explica -en algún sentido- su pérdida de centralidad en la vida de los ciudadanos. Y su tendencia a la superficialidad cuando no a la insignificancia.

Lo exhibido por los candidatos en el cruce de ayer a la noche en la Facultad de Derecho es una prueba irrefutable de que, hoy por hoy, se elige producir un efecto antes que anclar un concepto -asunto seguramente negativo para una actividad que, desde siempre, necesitó de lo comunicacional pero nunca en un orden de primacía-.

Lo exhibido por los candidatos en el cruce de ayer a la noche en la Facultad de Derecho es una prueba irrefutable de que, hoy por hoy, se elige producir un efecto antes que anclar un concepto -asunto seguramente negativo para una actividad que, desde siempre, necesitó de lo comunicacional pero nunca en un orden de primacía-.

Acicateados por medios que criticaron al primer debate desde sus ópticas televisivas, los candidatos y sus equipos -en diferente medida- trabajaron durante la semana buscando crear un clima diferente para el evento en CABA y, como “gatito mimoso” fue la frase de más impacto (según los opinólogos especialistas de las redes), la mayoría se abocó a producir remates interesantes y efectivos, anche también, efectistas… ¿los proyectos, o programas de gobierno (salvo Massa)? “Ésa te la debo…

Frases, memes y hightlights

En el rubro chicanas, la mejor volvió a ser Miriam  Bregman que, de arranque nomás, le pegó a los tobillos de Milei con su “otros aparecen como lo nuevo pero son la vieja derecha despeinada”. Su segundo hallazgo fue, ante una ininteligible explicación del libertario sobre el desarrollo humano, decir “no se entendió nada: lo sacó de Yahoo Respuestas”.

Bullrich también pivoteó sobre un intento de dejar frases felices, pero su propia naturaleza se lo impidió y sólo pudo mostrar un perfil más confrontativo, con picos de agresión que puede que a sus acólitos les haya parecido más eficaz, pero que también dejó a la intemperie todas sus incapacidades para referirse a planes de gobierno. “Massa dejá de robar”, “Milei, con Barrionuevo se te metió la casta adentro” y la única que fue buena aunque se notó de lejos que había sido producida por su equipo de brain-storming fue: “Viniste a sacar las papas del fuego y nos hiciste puré”.

Lo demás fue un concierto de confusiones (Código Civil por Código Penal; programa Previaje con los viajes de egresados que repartió Kicillof): dificultades para construir una frase, dicción peor que la de Macri (que aunque lo prometió, no la acompañó) y ojo derecho guiñando permanentemente, marcaron una nueva defección de la candidata de Juntos por el Cambio que ni siquiera pudo lucirse con lo que se supone es su temática-estrella: la seguridad.

Debatir el Debate

Un Milei en evidente recule, que en los dos encuentros debatió mirando a un poder fáctico que duda para que no lo vete (lo que exhibió las profundas contradicciones de un candidato que blufeaba cuando se sentía lejos de la presidencia y ahora tiene que acomodar cuestiones profundamente disruptivas que constan en su plataforma, como el de un mercado de comercialización de órganos o la venta de armas); con su par de gafas impostadas con las que pretendió pasar por académico y sólo logró ser altamente abstruso para la mayoría de la audiencia,  fue, en mi modesto análisis, el gran perdedor de una noche en la que sólo despuntó con una acusación de “montonera asesina” espetada a Patricia Bullrich. El libertario fue una “pantonima”… perdón, una “pantomina”… sorry, quiero decir: una pantomima de sí mismo. Si es que hubiese un sí mismo.

Schiaretti otra vez intrascendente -tanto que la mayoría de los candidatos ni siquiera le pidieron derecho a réplica-, pregonero de un discurso federalista light-palermitano con resonancias profundamente macristas (hubiese sido un acierto incorporarlo en una alianza en Juntos por el Cambio; Bullrich no andaría haciendo piruetas para tratar de colar en el ballotage), dejó poco, casi nada para cortar.

Finalmente, Sergio Massa, el objetivo central de los ataques de los otros, fue quien puso sobre la mesa la mayoría de los planes y programas que un ciudadano alfabetizado políticamente espera que aparezcan en un debate presidencial. Massa evitó la retahíla de chicanas y agresiones aunque tuvo algunas salidas interesantes como cuando la candidata de Juntos por el Cambio le tiró con el tema Isaurralde y rápido de reflejos, el de Unión por la Patria respondió: “No todos somos iguales; yo le pedí la renuncia, vos nunca le pediste la renuncia a Milman”, en referencia al diputado bullrichista involucrado en el intento de magnicidio de la Vicepresidenta.

Pero, más allá de eso y de un sofrenate que le metió a Milei que agredía a Myriam Bregman (y que sonó a cachetazo), Massa se dedicó a presentar su plan de Seguridad (que incluye crear una suerte de FBI nacional con sede en la ciudad de Rosario), un programa para detectar inmuebles ociosos del Estado y generar dos millones de terrenos con servicios destinados a la construcción de viviendas; una idea de simplificación tributaria y la equiparación salarial para hombres y mujeres; a igual tarea, igual remuneración.

Debatir el Debate

Pero esto no pareció ser los sustancial para los medios concentrados que se quedaron con el show. Clarín, sin ir más lejos, dijo que “el segundo debate mostró claras diferencias con el primero y dejó, sobre todo, un intercambio más entretenido para los televidentes/electores”.

A falta de pan, por lo menos un poco de circo. Porque antes que nada la diversión de esta sociedad que, mucho, no escucha. Es más, que diría no quiere oír.

A falta de pan, por lo menos un poco de circo. Porque antes que nada la diversión de esta sociedad que, mucho, no escucha. Es más, que diría no quiere oír.

Y, aunque una muestra sobre 1266 casos realizada por la Consultora Circuitos -del sociólogo Pablo Romá-, haya determinado que Massa resultó ganador en la tenida (con el 27.4 de los votos), seguido por Miliei (23.8), Bullrich (21.2), Bregman (13.9) y Schiaretti (5.8), el debate, con picos de 40 puntos de rating, apenas si dejó una riestra de memes más o menos ingeniosos y casi ninguna modificación en la decisión electoral de los ciudadanos.

Un debate que, a las claras, no sirve. Al menos en el sentido que intenta conferirle la ley 27.337 que es la que obliga a los candidatos a debatir para explicar “sus ideas sobre distintos puntos de la vida del país”.

Puede que el motivo esté en su formato -una mala copia de los de los caucus estadounidenses-; en la falta de preparación de la mayoría de los candidatos, más dispuestos a confrontar que a debatir; en la acumulación de hermeneutas, lenguaraces y exégetas que, a menudo, explicarán lo que el debate no fue o, lo más probable, en que la sociedad sólo quiere saber lo que le gusta, lo que le cae, lo que le hace bien -aunque sea mentira-, lo que supone le traerá algún beneficio.

Y el realismo mágico-político es, sin lugar a dudas, contrario a toda idea de debate.