Voy a permitirme una desviación de mi habitual temática internacional. Hoy, los que hemos historiado todos los hitos de lucha en la defensa de la democracia, lo que hemos escrito las crónicas de la resistencia popular a las dictaduras y a los designios imperiales, no podemos hacernos los “objetivos” y seguir los episodios de nuestra Patria con “imparcialidad”.

Nuestra crónica tiene que nutrirse de esta condición inexorable para quien pretenda referir los anhelos y las reivindicaciones de la gente.

Estamos en una época de rememoración histórica. Hace 20 años un santacruceño en el que muy pocos creían, con un caudal electoral mínimo, con aquella figura desgarbada y hasta mal entrazada, se ponía al hombro el país y nos convocaba a todas y todos a la gran epopeya de recuperar la Patria luego de la desolación neoliberal.

Hace cuatro años, la gran sombra de Néstor sobrevolaba sobre nosotros para conducirnos a la derrota de la horrenda, insolente y traidora mafia macrista (todavía en libertad). Dictadura con parlamento y con justicia, como lo manda el nuevo recetario del “Gran Hermano”. Con esfuerzo, sobrevivíamos al saqueo y a la ignominia. Frágil memoria de quienes hoy vuelven a escuchar embelesados a los mismos delincuentes de aquellos años (todavía en libertad) prometer otra vez el paraíso terrenal.

Pero hoy otro peligro mayor se cierne sobre nuestra Patria. El fantasma del retorno a la terrible época de la aventura cívico-militar más sangrienta que recuerde la Argentina. No hacen falta ahora asonadas militares. Basta con una “buena elección” como Bolsonaro en Brasil o las sanciones judiciales a Lugo en Paraguay o a Zelaya en Honduras. Ocurrirá lo mismo que, cuando en el marco de la tortura y la muerte impuesta por los grupos de tareas, los grandes centros monopólicos y sus cipayos locales saquearon y exterminaron como una plaga las riquezas del país.

Pero hoy otro peligro mayor se cierne sobre nuestra Patria. El fantasma del retorno a la terrible época de la aventura cívico-militar más sangrienta que recuerde la Argentina. No hacen falta ahora asonadas militares. Basta con una “buena elección” como Bolsonaro en Brasil o las sanciones judiciales a Lugo en Paraguay o a Zelaya en Honduras.

La resistencia popular contra la dictadura fue inmediata. El 29 de abril de 1979 se declaró la primera huelga general, con el cervecero Saúl Ubaldini que se erigía en líder sindical y en uno de los más queridos dirigentes de la resistencia. Dos años más tarde, las manifestaciones y huelgas evidenciaban que el pueblo había empeñado sus esfuerzos en derrocar la junta militar. No se trataba de reivindicaciones sectoriales. Había que restaurar la voluntad popular.

“Estamos en un momento en que todos debemos de preocuparnos seriamente, porque la canalla no descansa, porque están apoyados desde el exterior”. Juan Perón, discurso el 15 de abril de 1953

Hace cuarenta años la Argentina comenzaba a emerger de la negra noche de la dictadura. Hace cuarenta años, la última junta militar debía resignarse a entregar el poder, pese a las represiones, los asesinatos, las desapariciones, pese a la vandalización económica, pese al arrasamiento cultural y social…

Hace cuarenta años, las grandes masas populares habían hecho trizas el brutal sistema represivo y se habían enseñoreado una vez más de la calle. DE LA CALLE. De todas las calles, plazas, espacios públicos de todo el país. El objetivo que unía a todos era la insoportable necesidad de echar a los culpables de esos ocho años negros y terribles.

Los grandes partidos y corrientes democráticas: el peronismo, el radicalismo, las fuerzas de izquierda, la juventud partidaria concentrada en el Movimiento de Juventudes Políticas, aun desplegando sus propias campañas electorales para los comicios del 30 de octubre tenían claro que no era dividiendo el campo nacional y popular como se barrería la dictadura.

Recuerdo aquella época con particular conmoción. Las reuniones “casi clandestinas” del MOJUPO con la participación de entusiastas como Eduardo Valdés, Jesús Rodríguez o Fernando Melillo… Eran los que encauzaban la lucha contra la junta militar. Los que aseguraron la resignación del general Reynaldo Brignone y la aniquilación del régimen de indultos previsto para proteger a los asesinos. Eran los que, a la cabeza de marchas y ocupaciones, obligaron a abrir el calendario electoral.

Me tocó en mi trabajo periodístico cubrir la campaña de Raúl Alfonsín. Trabajaba en la revista “La Semana”, la antecesora de la actual “Noticias”. Con un plantel desbordante de “exiliados internos”, desde antes de la criminal aventura en Malvinas el semanario se había convertido en una trinchera. En Malvinas Jorge Fontevecchia puso prácticamente la redacción en el Sur. Después, con las famosas “tapas negras”, la revista comenzó a denunciar los negociados de la dictadura y a dar tribuna al renacer político.

Me acoplé a la campaña de Alfonsín desde el mismo inicio de su precandidatura. Y me sorprendió. En verdad tenía poco espacio ante la maquinaria del balbinismo. Pero la gente, la gente fue decisiva. Su credo político de defensa de la democracia levantó el fervor popular. Fuera donde fuera, Alfonsín era ungido en olor de multitudes.

Viví Mendoza, Rosario, el Obelisco. No me la contaron.

Mi querido e inolvidable Luis María Castellanos cubrió la campaña de Ítalo Luder. Las mismas características. El pueblo se había volcado a las calles. Ya sé, me dirán algunos memoriosos sobre el incendio del cajón por Herminio Iglesias, o la silbatina a Lorenzo Miguel en el estadio de Vélez… Pero un millón de personas cubrió la 9 de Julio. Detalles de una fragorosa reaparición de la conciencia popular.

Cuando los millones de personas se volcaron para recibir a la selección campeona del mundo, en diciembre pasado, no estaba ocurriendo un hecho inédito. Esta reafirmación de nuestra identidad nacional ya se había vivido a lo largo de aquellos meses preelectorales del 83. En todo el país. En aquella oportunidad, en cambio, había que luchar contra la represión de la dictadura… Que lo digan mis heroicos compañeros fotógrafos baleados con balas de goma en las manifestaciones de ese entonces.

La gente salió a la calle y le ganó a la dictadura. No fue una retirada programada, consciente o consensuada. La gente la echó. Es curioso, pero la consigna general fue en defensa de la democracia…

La gente salió a la calle y le ganó a la dictadura. No fue una retirada programada, consciente o consensuada. La gente la echó. Es curioso, pero la consigna general fue en defensa de la democracia…

Hoy, como dijo alguien sabio a quien convendría recordar con mayor asiduidad, “sólo el pueblo salvará al pueblo”. Hay que militar la defensa de esa misma democracia, compañeras y compañeros. Esa democracia que supimos defender hace 40 años sobre las tumbas de nuestros amados 30.000 desaparecidos, mal que le pese a Victoria Villarruel, con su casaca militar y su negación del terrorismo de estado.

Esta parada no se copa simplemente con un discursito o con una reunión de gabinete. Esta parada valdrá si se moviliza a todo el pueblo. Ya sabemos lo que quiere perpetrar este émulo de Hitler. Lo que pretende destruir para siempre y lo que pretende instaurar para siempre.

¿Los sindicatos permitirán que se cercenen todos sus centenarios derechos?

¿Los empleados públicos se resignarán a su despido masivo porque el energúmeno y su banda dispuso el cierre del Estado?

¿Los empresarios nacionales admitirán que finalmente quien maneje el país ni siquiera sea el FMI sino los famélicos fondos buitres?

¿La juventud asumirá que no habrá más educación pública ni universidades gratuitas ni acceso irrestricto al conocimiento?

¿Los jubilados, las maestras, los investigadores científicos tampoco reaccionarán?

¿Somos realmente un pueblo resignado a su destino de fracaso? ¿O somos dignos de aquella convocatoria que en 1942 nos arrojara por la cabeza José Ortega y Gasset:

“¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que dará este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal”

 Una vez más, como hace 40 años, hay que salir a enfrentar a los saqueadores, aventureros y pillos de todo calibre empeñados en seguir el saqueo y capitaneados por un astuto pirata mediático.

La dirigencia de los movimientos populares deberá mostrar de una buena vez, que está a la altura de lo que se necesita. Que deja de lado temores y agachadas, entregas miserables y peleas por un asiento para dedicarse a lo que tiene que hacer. Para lo que la han elegido: defender la democracia y convocar a todos a defenderla.

Para que todos la entendamos, la dirigencia tiene que colocarse a la cabeza de este movimiento de resistencia popular a un revival del neoliberalismo nazi. Una vez más, como hace 40 años, hay que salir a enfrentar a los saqueadores, aventureros y pillos de todo calibre empeñados en seguir el saqueo y capitaneados por un astuto pirata mediático.

En la cancha, cuando tu equipo no está rindiendo lo que hace falta, el estadio le tira un solo grito: “¡hay que poner un poco más de huevo…!”